Pasar por Pamplona y no comer unos pimientos del piquillo, es como pasar por tierras valencianas, mi tierra, y no hacerse una buena paella, pecado. Si uno quiere tomarse los que probablemente sean de los mejores de la ciudad, tiene que ir al restaurante Baserri, en el casco antiguo. Jeff, un informático de Massachusetts que hace el Camino de Santiago y yo, hemos decidido pasar hoy del bocadillo de chorizo y darnos un homenaje: tres días ya en el Camino lo merecen. Será el primero, pero no el último.
El Baserri, presume no sólo de ser mencionado en las mejores guías culinarias, sino que además, ganó el primer premio en el II certamen del Pimiento de Piquillo en Navarra, casi nada. En el menú, hay gran cantidad de platos típicos. Me decido por las pochas con almejas y guindillas, y como no, el famoso carpaccio de pimientos del piquillo.
Las pochas son una variedad de alubias blancas, muy común sobretodo en Navarra y La Rioja. Pueden comerse cuando ya están maduras (blancas) o cuando todavía están verdes; el plato lo han servido con las dos variedades. El resultado es una sopa caliente típica de la región que se puede cocinar de casi infinitas formas e ingredientes, en este caso, las guindillas dan un toque picante, y el resto, lo ponen las almejas. De lo mejor que he comido en mucho tiempo (aunque no sea mucho decir).
Los pimientos del piquillo son una variedad de pimientos producida en el pueblo de Lodosa, Navarra, preparados generalmente al horno. Los han servido en plato llano con centro de queso rayado de Ildiazábal, un toque de vinagre balsámico y especias que ni Jeff ni yo hemos conseguido identificar; sencillo y delicioso. Hemos estado tentados por repetir pero como vamos algo escasos de pasta, nos hemos tenido que conformar con pedir algo de pan para rebañar el plato. Para acabar, como no podía ser de otra forma, una cuajada con miel.
Esta mañana bromeábamos de camino a Puente de la Reina: “me pregunto que tal nos sentará volver al bocadillo de chorizo”, me pregunta Jeff. No ha hecho falta esperar mucho, y al llegar al Alto del Perdón he metido la mano en la mochila y ¿a qué no sabéis que he sacado? Así de dura es la vida del peregrino.